jueves, noviembre 29

¿Será que crecer es elegir? Abandonamos la infancia cuando empezamos a traicionarnos, dicen. Pocos placeres tan grandes como la hora de la dulcería, como las rondas en la reata, como las primeas confidencias con las amigas... hasta encontrar al otro. Cada uno por un camino distinto abandona (la palabra traición no me gusta) unas cosas y va siguiendo otras. Tú quieres más que todo, me dijo una vez José Antonio. Sí, pero me conformo con todo. Y mucho de todo he tenido, de verdad, y muchas veces no me doy cuenta de las circunstancias que me han llevado a elegir hasta que de pronto me detengo y miro para atrás y veo la de cosas que he dejado. Cosas y cosas, entre tubos para el cabello y quién llama primero a quién. Hace mucho que no uso reloj y que no faltan pluma y papel en mi bolsa. Tengo menos muebles y más libros. Más preocupaciones también. Pero también alegrías más patentes. Es cosa de elegir, sin duda, en qué se invierten tiempo, energía y hasta dinero. Se invierte en los recuerdos, en los planes a futuro, en lo que escribo en este momento. Hace veinte días que mi caudal está prácticamente en cada paso, que los trabajos de fin de curso y la proximidad del cierre de año en la oficina me tienen anclada allá, afuera de esta página y hoy, repentinamente, por alguna razón, tuve la necesidad imperiosa de venir un momentito y decir. Este es el momento más valioso que tengo, éste en el que puedo decidir si escribo y qué escribir, si hago y qué hacer. Lo demás es ya un hecho o aún no existe.

viernes, noviembre 9

Me niego a cambiar mi celular. No es un statment contra la tecnología; es simplemente que... no necesito cambia mi celular. Mi viejo celular azul tiene más de tres años conmigo y ha sido un confidente de lo más fiel. Un día se me cayó del bolsillo de la chamarra en el metro y casi lo pierdo. La tapa trasera fue a dar a las vías, ni cómo recuperarla; solo conseguí una gris que combina perfecto con el resto, aunque puedo conceder que se ve raro. Desde entonces de pronto se le va la onda a la pantalla y si se vuelve a caer se voltean letras y números, de una forma casi luciferina, hasta que se cae otra vez y se compone. Funciona. No tiene cámara ni artilugios para escuchar MP3, ni grabadora y los juegos son pocos y muy básicos. No tiene agenda, no vibra... Es un teléfono móvil. Eso fue lo que compré. No necesito más. No quiero más. "Un teléfono nuevo te cuesta 500 pesos", me dicen mis amigos y pienso en el montón de otras cosas que compraría antes que un teléfono nuevo. "Te vamos a regalar un celular", me dicen. Si me leen, amigos queridos, y están pensando hacer una coperacha para reemplazar mi viejo teléfono azul, quiero pedirles de la manera más atenta, que mejor me regalen la edición especial de Blade Runner que Amazon lanzará en diciembre. Cuesta lo mismo y me haría muchísimo más feliz.