Cada tanto recibo una llamada telefónica que transcurre más o menos en los siguientes términos:
‑Buenas tardes. Disculpe: ¿El señor Cobos?
‑No vive aquí.
‑Disculpe: ¿Es el 5555-5555?
‑Si, señora. Ése es el número.
‑¡Qué raro! Disculpe.
La primera vez que respondí a la búsqueda del señor Cobos la conversación fue alucinante, surrealista. La mujer al otro lado de la línea me describió al señor Cobos y su oficio, hizo un relato de las veces que le salvó la vida a su refrigerador o revivió una lavadora y terminó pidiéndome que la ayudara a encontrar a este milagrero de los electrodomésticos. Yo navegaba entre la exasperación, el aturulamiento y la ternura infinita que me despierta la voz que busca entre las líneas telefónicas al señor Cobos. Terminé disculpándome, apenada, y sintiéndome realmente impotente frente a la necesidad de mi interlocutora.
Las llamadas se repiten de tanto en tanto, como si la mujer al otro lado del aparato esperara que el tiempo restituya al señor Cobos en mi auricular o que me convenza de comunicarla con él. Tal vez si yo misma elijo un número al azar y lo marco de tanto en tanto preguntando por este personaje y después de algunos meses quien me responda hace lo mismo, aparezca el señor Cobos. Otra cosa sería saber entonces, una vez hayado, quién lo buscaba al principio.
2 comentarios:
Me encanta este texto, fresco y disparatado, jovial, así me gusta encontrarte encantadora señora
El misterioso señor Cobos,se habrà perdido, seguramente,en la voràgine de un lavarropas. Abrazos.
Publicar un comentario