Los placeres que reserva el uso del abrecartas son táctiles, auditivos, visuales y sobre todo mentales. El avance de la lectura precedido por un gesto que atraviesa la solidez material del libro para permitirte el acceso a la sustancia incorpórea. Penetrando desde abajo entre las páginas, la hoja sube con ímpetu abriendo el corte vertical con una fácil sucesión de tajos que tropiezan con las fibras una por una y las siegan –con una crepitación jovial y amistosa el buen papel acoge a ese primer visitante, que anuncia innumerables vueltas de páginas movidas por el viento o por la mirada-; mayor resistencia opone el pliegue horizontal, en especial si es doble, porque exige una nada ágil acción de revés –allí el sonido es el de un desgarramiento sofocado, con notas más sombrías-. El borde de las hojas se quiebra revelando su tejido filamentoso; una fina viruta –llamada “rizo”- se aparta de él, tan grata de ver como espuma de ola en la línea de la playa. El abrirte paso a filo de espada en la barrera de las hojas se asocia con el pensamiento de cuanto la palabra encierra y esconde: te adentras por la lectura como por un tupido bosque.
Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino
1 comentario:
Un texto deslumbrande, tan hermoso como el uso del abrecartas. Abrazos.
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