Los habitantes de la ciudad y del país estamos muertos de miedo. A las crisis económicas históricas y a la descomposición social reciente se ha sumado una violencia implacable. Unos voltean a ver al gobierno con el ceño fruncido; otros, los más, nos miramos los ombligos. El miedo es grande y sin embargo, silencioso. Cualquiera, en cualquier momento, es una víctima potencial; cualquiera, en cualquier momento, puede ser el verdugo. No nos miramos, no nos hablamos. El miedo silencioso se incuba y deviene en enojo. Miles de personas enojadas y silenciosas caminamos por las calles, abordamos los transportes, la mirada periférica disminuída a mero atisbo y desconfianza. Lo que leemos y escuchamos todos los días es que somos chacales o descuartizados, violadas o sicarias; no más seres humanos. El hilo invisible que une a los individuos de una misma especie se ha roto y miles de yos autoalienados y rabiosos flotamos, globulares, en el miasma en que ha mutado nuestra sociósfera. Sordos, ciegos, mudos. Muertos de miedo.
¿Cómo llegamos hasta aquí?¿qué vuelta equivocada dimos?¿qué camino no tomamos?¿Hay salida?¿dónde está?¿quién podrá defendernos? Todos somos responsables. No solo el que mata, no solo el que corrompe o se deja corromper. El ejecutivo con su veleidad, el legislativo con su mezquindad, el judicial con su estrechez, los empresarios con su rapiña, la ciudadanía acomodada en nuestro infantilismo cívico y político. Que otros hagan, que otros se encarguen, yo por qué. Cada quien abrazado a su vientre, de espaldas a lo que tenemos encima y nos aplasta.
¿Dónde está la salida? Tal vez si respiramos, tal vez si nos enderezamos, tal vez si reconocemos para nosotros mismos que estamos perdidos y muertos de miedo y enojados. Tal vez si recuperamos el radio de nuestra mirada, tal vez si volvemos a ensayar nuestra voz (no hace falta mucho. Un "Buenos días", quizá, o "disculpe, bajo en la siguiente parada ¿me da permiso por favor?"). Tal vez si dejamos de gritarle a todo y a todos, tal vez si entendemos que el de a lado tiene tanto miedo como yo. Seguro si dejamos de corromper y corrompernos, seguro si descubrimos nuestro poder colectivo y cómo usarlo (no hace falta mucho. Un "no te compraré mientras tú" o "no votaré más por tí"). No está ahí la salida, no. Pero por lo menos no moriremos inanes, abrazados a nuestro miedo, de espaldas.
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