Hace treinta años mi ciudad era famosa porque sus habitantes eran expertos toreando coches.
Tal expertís tuvo su asiento en innumerables cruzadores inmolados, pero a la postre nos íbamos haciendo maestros auteros.
Con el tiempo nos fue llegando también la modernización urbana y la palabra peatón fue dejando de significar "sin coche".
Ahora los cruceros lucen flamantes semáforos peatonales, con figuritas luminosas que nos tranquilizan caminando o nos indican que ha llegado la hora de correr.
Por si fuera poco, algunos indican el tiempo de que dispone uno para hacer un "cruce seguro" y otros, en el colmo de la accesibilidad urbana, tienen indicadores auditivos para auxiliar a los peatones ciegos.
Pero no van a creer ustedes esto: en mi ciudad, con sus flamantes semáforos ultradeciudaddelsigloXXI, la gente sigue toreando coches.
Como por nostalgia.
Como para no asumirse peatones y ese desafío transversal a las defensas de los automotores fuera una forma de decir: "no, no tengo coche, pero también paso ¿cómo ves?".
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