Veo una gran batalla. Mucha gente con diversos, diversísimos intereses. Veo, sobre todas las cosas, seres humanos, con sus pequeñeces y con sus grandezas. Estos dos años de mi incursión en la vida política han sido como la primera vez que miré una gota de agua bajo un microscopio: la aparente transparencia está habitada por una infinidad de seres, animados e inanimados. Veo candidatas que traen a sus hijos de arriba para abajo, otras que los dejaron encargados con la mamá, con la vecina. Veo candidatos que no saben por dónde empezar, aunque tienen mucho entusiasmo. Veo, también, gente que todo quiere arreglarlo con dinero. "Es que así son las cosas, ya usted sabe". No. No son así: así es como han venido siendo. Yo creo que podemos empezar, nosotros, a cambiarlo. Cualquiera compra votos; el oficio de la política es convencer. Hagamos política. Algunos me creen. Otros me miran como si estuviera loca.
Veo una gran batalla y me siento heroína de una empresa épica; miro a la gente que camina a mi lado y, a veces, encuentro en sus sonrisas agotadas el mismo sentimiento. Pero afuera nadie sabe, nadie se entera. Hay muchos dedos señalando, muchas acusaciones, y algún sustento tienen. Pero veo, sobre todo, una cosa: hace falta gente que se acerque, que se interese... nadie está escuchando. Hace falta gente que haga política y lleve vientos nuevos a todos los partidos, de acuerdo a su pensamiento y a su propia convicción. Hacen falta personas que vayan sustituyendo a los viejos políticos, a los políticos de siempre. Gente que no se compre eso de que "así funcionan las cosas". Gente dispuesta a tomar el riesgo.
Hace falta, de verdad.