jueves, febrero 25

Es un templo de techos altos, blanquísimo. Franquea la entrada una sonrisa juvenil; su mirada brillante se posa en cada una de nosotras. Vestimos atavíos de guerra. Nos espera una sala desnuda; en su piso despositamos los grandes arcos, las cimitarras. El silencio vibra en una oración silenciosa. Descubro entre mis bártulos una funda de cuero. Desenfundo. Canta mi espada y su hoja negra tiene calada toda mi historia. Comprendo entonces la plegaria; me uno a ella: Nunca Más.

martes, febrero 23

Niños

A medio día nos tocó la salida de los chicos de la escuela. Se arremolinaron alrededor de las mesas a curiosear. Los servicios delegacionales no les fueron de mucho interés, pero sí la mesa donde había pulseritas y globos. Todos agarraron a puños las pulseras y de prisa los metieron en las bolsas del pantalón, excepto uno, que agarró un puño más moderado y lo guardó en una bolsa de plástico. Se quedó alrededor de la mesa, mirando cómo el resto de los niños pedía más pulseras y más globos. De tanto en tanto, abría su bolsa y le daba pulseras a los niños más chicos. Luego, agarró los folletos de la mesa y los leyó completitos, todos. Se llama Ricardo y le dicen El Pollo. Tiene 10 años y me dice que a él si le gusta leer.

Ya por la tarde, recorriendo casas para invitar a los vecinos a la asamblea de la colonia, dimos con Aisa. "Mi mamá no está y llega de trabajar más tarde, pero yo si voy ¿de qué se trata?". Aisa tiene 10 años y asistió, puntual, a la asamblea. Tomó el micrófono muy seria y pidió que se limpiara el parque y que hubiera más seguridad, porque a alguna hora de la noche "empiezan a llegar los chavos a monearse y a darle duro" (explicó, con gestos bastante explícitos). Además, se apuntó para ser consejera vecinal de su colonia. Ya concluida la Asamblea, se acercó a pedirme que trabajáramos también en su escuela y que cambiáramos a todos los maestros porque estaban muy mal. "Mi maestra, me dijo, nos dice que todos nosotros vamos a ser obreros. Qué mal que nos diga eso".

sábado, febrero 20

Tormenta en las montañas

Nos alcanzó en una noche tenebrosa antes del cruce de las montañas.

Habíamos salido arrastrándonos de nuestras carpas y esperábamos.

Venía hacia nosotros por encima de la cordillera.

Todo era oscuridad, no se podía discernir el cielo, la tierra, el horizonte. Pero resplandecía el relámpago desgarrador, que separaba las tinieblas de la luz. Salían las montañas gigantes Blolakai y Dygutrurlichat y también los pinos negros de muchos metros, casi de la altura de las mismas montañas. Sólo por un momento podíamos ver que existía la tierra firme, y luego todo era de nuevo tinieblas y abismos.

Los fulgores de los relámpagos se aproximaban, alternaban el brillo con la oscuriad, el resplandor blanco, el resplandor rosado, el resplandor violeta y siempre en los mismos lugares aparecían las montañas y los pinos asombrándonos con su grandeza; cuando desaparecían era difícil creer su exisencia.

La voz del trueno llenó los desiladeros y dejó de orise elrugido constante de los ríos. Cual flechas de Jehová, caían los relámpagos en la cordillera y se rompían en serpentinas y chorritos como si se derramaran contra las rocas o bien derribaran y derramaran ahí algo vivo.

Y nosotros... nosotros nos olvidamos de temer al relámpago, al trueno, a la lluvia torrencial y nos tornamos semejantes a una gota del mar que no teme a la tormenta. Nos convertimos en una insignificante y agradecida partícula de este mundo.

De este mundo que hoy volvió a crearse ante nuestros ojos.

Alejandro Solyenitzin

domingo, febrero 14

Dos caminos se abren, claros, al frente: uno, la continuación del que hemos andado hasta hoy: abuso, impunidad, egoísmo ciego, consumismo irresponsable... la consecuencia de este camino es ya sensible, en el cambio climático, en la pobreza insultante, en la violencia exacerbada. El otro camino ha estado siempre ahí, pero hoy adquiere una relevancia inusual: el camino de la conciencia, individual y colectiva; de la responsabilidad individual, de la acción cotidiana. La consecuencia es impredecible, pero abre la posibilidad a la mutación de nuestra especie en una nueva, distinta, tal vez mejor.

Miro al mundo, a nuestra especie, pendiendo entre dos posibles destinos: la destrucción y la posibilidad. Sé que es una visión compartida por muchos, en muchas épocas, desde centurias atrás... Sin embargo, como nunca antes tengo claro que cada uno de nosotros es, hoy, el fiel de la balanza. Nuestro hacer cotidiano: vivir el mundo que queremos construir, activamente, arriesgadamente. Cuando el mal avanza, dijo alguien alguna vez, lo peor que pueden hacer los hombres de bien es no hacer nada.