viernes, febrero 23

Cuando me dijo Prema, mi druida rubia, que la mala suerte había estado jugando conmigo pero que me iba a hacer un regalo excepcional, me reí para mis adentros pensando en lo que ha pasado los últimos meses y no sé si yo lo llamaría "mala suerte". En fin. En esa racha, vine ayer a entregar mi oficina pues la nueva administración me presentó ya a mi relevo. Limpié mi máquina, empaqué mis pertenencias, me fui a comer y como al volver no había luz, aproveché para ir a despedirme de otras personas con las que trabajé el tiempo que estuve aquí. Vuelvo a mi oficina y ¡ZAZ!: ya se habían ido todos. La oficina estaba cerrada con mis cosas adentro. Todo: las llaves de mi casa, mi teléfono, mi dinero, mis tarjetas... todo. Jueves en la tarde tenemos reunión del taller, así que ahí podía conseguir dinero y hospedaje. De camino (es largo el camino) me sentía muy incómoda con las manos vacías, sin bolsa, sin suéter o chamarra... nada; éramos yo y yo caminando, en el colectivo, en el metro. De pronto, la sensación de extrañeza cedió y empecé a sentirme cómoda. Es más: me sentía muy cómoda, casi eufórica. Me acordé de mi druida y me dieron ganas de besarla a ella y al dios de la suerte que me estaba jugando tan mala pasada.
Hoy vine por mis cosas y me dio gusto tener de vuelta mi bolsa, mi teléfono (sin batería), poder volver a casa a darme un baño y cambiarme de ropa, tener otra vez una credencial que dice quién soy y en dónde vivo. De todos modos agradezco, aún fugaz, el regalo. Ayer, por un momento, me sentí verdaderamente libre.

jueves, febrero 15

Canción

Cada cuerpo con su deseo
y el mar al frente.
Cada lecho con su naufragio
y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción
que no tiene palabras.
Cada cuerpo junto a otro cuerpo,
cada espejo temblando en la sombra
y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra
con que los amantes se duermen.
Cada ventana en sus helechos,
cada cuerpo desnudo en su noche
y el mar al fondo, inalcanzable.

Eugenio Montejo

lunes, febrero 12

Tanto cabalgar a pelo
tanto navegar los siete mares
esto es
tanto hacerle a la amazona
para escapar de ésta que no sabe
romper un plato
prender una vela
esgrimir una tarjeta de crédito
pronunciar una plegaria
empuñar una pistola
descargar un chantaje
(no es que nunca lo haya hecho)
para huir, decía, de esta
mujer
que no sabe.