viernes, septiembre 12

Despedida

Abrí este blog hace ya casi diez años, en medio de la euforia de las bitácoras digitales, entre otras euforias de por entonces. Lo-que-serÁ nombraba la esperanza y el deseo; contiene en su entraña virtual una de las épocas más intensas de mi vida, en lo literario y en lo vital. Lo-que-serÁ creció, árbol de amplia fronda que habitaron rostros y nombres como el del gato Fulgencio; en su corteza, calles, sitios, ciudades; en su savia, constante, el mar. Lo-que-serÁ dio muchas flores, frutos buenos y malos. Me deja un puño de semillas, listas para plantarse en otro espacio. Y así, con los cabos en mi mano, le hago un moñito muy mono, y queda aquí Lo-que-serÁ.

Al amante que medio se fue y que medio regresa

Como si no existiera aquel viernes en que llovía
y llovía
estoy segura
porque ni modo de soltarme a llorar en la entrevista de trabajo
previa a nuestra última cita
la última, lo sabíamos
solo mi loca narcisa le agarraba el meñique a la esperanza
flaco meñique de una esperanza cada vez más en ayunas
Cuánto tiempo desde el último enlazarse nuestras manos
desde la última pleamar de ángeles sin alas
Cuánto, de escuchar sus pasos alejarse en la distancia entre sus mensajes
que no, que sigamos, me escribía
Solo él sabe
por qué
dónde
nos perdimos
en las carantoñas que crecían en su casa, entre sus brazos,
en el ocaso de la novedad y de mi estrella
Como si no hubiera empacado
la isla y los peces amarillos
banquetas vitrales campanarios
la maravilla que éramos cuando estábamos juntos
te siento ¿me sientes?
mi mundo entero en la valija de su ausencia
a escondidas.
Hasta ese viernes.
Me acuerdo que era un viernes
y nosotros casi nada después de tanto.
Nada
porque solo él sabe qué quería, pero no era más a mi lado.
Me tragué la esperanza, entregué su sedal al silencio
y ya, por la ciudad, conmigo, solo la lluvia y la noche.


Como si no se hubiera quedado en su vida sin mí
como si no el larguísimo adiós, de años
un día apareció, casi nada, palabras recordando lo que fuimos.
Debió verme ese día, florecida en cada sitio de mí que fue con él
una palabra y otra, puente colgante sobre la distancia
de una palabra a otra, presurosa yo, a ciegas, para verlo
ya estaban nuestras manos, nuestras lenguas, ya estaba el sonrojo
ilumíname invéntame
pero no, él sólo sabe por qué no, y otra vez la ventana se llenó de lluvia
y las flores se hicieron brasas azufre ácido en todo lugar de mí que fue con él.
Sobre el hielo que cubre el último círculo de mi infierno cae su anzuelo, se clava,
desaparece.
Lo cubren nuevas capa de aguasal.
Amado. Maldito.

No te veré, no volaremos
golondrinos
seguirá nuestra huella sin mezclarse
a pesar del vendaval, del fuego de tu lengua
(me hace entrecerrar los ojos todavía)
no te veré.
Y tampoco penderé, nunca más,
boquiabierta
sedienta
de tus palabras.