jueves, septiembre 29

Señoras y señores, este sábado primero de octubre a las siete de la noche en la librería "El Hallazgo", se presenta el sorprendente, el nunca bien ponderado, príncipe de la aristocracia arrabalera, el confabulador nocturno, único capaz de acordarse de aquello que nunca ha ocurrido, hipnotizador de serpientes, embelecador de hetairas, prófugo de la academia, caballero andante de las deidades terrenales, campeón del conquián en las alcantarillas de La Portales, fundador del verso desmedido, coronado con la sonrisa de datura en la soberanía etiópica, ¡el confabulador nocturno, el superhiperbólico, el nunca bien ponderado Tigreeee Famélicoooo!.

Esta vez presentará, de viva voz, de cuerpo presente y con un auditorio real, el cuento El espejo y la máscara, de un escritor argentino casi desconocido: Jorge Luis Borges.

No se pierdan este espectáculo escénico de la memoria oral, único donde la escenografía se instala sobre la imaginación del propio auditorio. No se pierdan, pues, al Tigre Famélico este sábado primero de octubre a las siete de la noche en la librería "El Hallazgo": Mazatlán y Juan de la Barreda, en la colonia Condesa.

RR

miércoles, septiembre 28

Reenvío

Una invitación, de parte de Araceli Herrera, fotógrafa:

Les escribo para invitarles al Aniversario de la Casa de Cultura "Jesus Reyes Heroles". Expondran todos los talleres de la Casa de Cultura...

Vengan a compartir estas exposiciones: pintura, fotografía, tallado en madera, vitral, poesia...

La cita es el viernes 30 de septiembre a las 19:00 hrs. en Francisco Sosa # 202, Barrio de Santa Catarina, Coyoacán.

Un abrazote.

viernes, septiembre 23

Nadie saldrá herido de esta playa donde los cangrejos gastan alas de mariposa
y sueños alcancía
multitonales.

Nadie saldrá herido mientras las islas se hacen penínsulas y las tardes continentes.
No importa que el alboroto se instale junto a su silencio
que el vendaval irrumpa en sus cajones;
ambos se marcharán de puntitas
con su carga de letras
de semillas
de relámpagos y truenos.

Nadie saldrá herido porque las calles,
las ventanas rotas,
el piso de los suicidas,
los trenes desahuciados
y la cal
.--------------..............................¡la cal!
se vuelven sonido
y los globos son inmortales en las manos de los niños.


Nadie saldrá herido
aunque el mar se calle en mi ventana
y los barcos naveguen lejos de sí mismos.

No.
Nadie saldrá herido.
Porque todo cabe en los sueños
y en las palabras.

martes, septiembre 20


Piensa el pensamiento
oruga, verde, tierno;
teje con vieja parsimonia
su capullo:
sedosa palabra.

Descanse en paz, don Alejandro Avilés

Llora la cera en su llama
pidiéndole aliento al aire.
En voces cortadas busca
modo de despabilarse
porque el alma se le ha puesto
negra de tanto quemarse.

Llora la cera su muerte
y en lágrimas se deshace.
Mástil le crece de humo
en el río de su sangre
y las velas se le tuercen
por los caminos del aire.

No huyas, cera, la noche
que te anunciaron las aves
ni las ondas que te cercan
del agua que tú lloraste.

Que en este mundo de sombras
no hay más cera que la que arde.

* * *

Alejandro Avilés (1915-2005), sinaloense; profesor, periodista, escritor, poeta. Parte del grupo de poetas denominados "los ocho", junto con Rosario Castellanos, Dolores Castro, Efrén Hernández, Octavio Novaro, Alfonso Méndez Plancarte, Ignacio Magaloni y Roberto Cabral del Hoyo. El lenguaje tan claro de sus poemas contrasta con el carácter de los temas que trata; en eso me recuerda a Lolita Castro. Un abrazo a María Eva.

domingo, septiembre 18

De Antología

Aunque los días previos tuvieron lo suyo entre noticias, llamadas, correos y visitas, oficialmente la historia comienza el jueves a las 2:30 de la tarde, con el descorche de la primera botella. Cuentan que comida, vino y música eran abundantes; abundante también la asistencia y aunque algunos esperados no llegaron (se les extrañó, qué duda cabe), concurrieron tantos y tales personajes que por un momento pensé que era la fiesta del juicio final, donde todas las épocas (y yo agregaría, varias dimensiones) confluyen para dar y pedir cuentas. Aquí se daban y pedían tragos, tamales (¡qué tamales!), cigarros, bailes y todavía no sé si corazones. Cuando al presentar a dos amigos me encontré diciéndoles "Si ustedes dos se conocieran se caerían muy bien" caí en la cuenta de que quizá me había tomado dos mezcales menos de los que merecía la fiesta (y de los que merecía el propio elixir, desempacado directamente del agave oaxaqueño a mi coleto).

A qué hora se fueron los que se fueron y se quedaron los que se quedaron, no lo sé decir. A lo mejor se fueron todos y las voces y bailes y brindis que sonaron todavía hasta la medianoche del viernes hayan sido ecos de la fiesta... creo que en realidad pudo ser la realización de la mejor idea de convivencia entre seres humanos modernos jamás anhelada. No hubo registro del alma, del cuerpo o de la voz que no se rindiera. Cuando al acabar un estribillo me encontré gritando: "¡Qué chingón se siente estar vivo!" cruzó fugazmente la idea de que tal vez había más chelas de lo conveniente. Afortunadamente fue solo un pensamiento fugaz y además ¿qué es lo conveniente?

El sábado no había más que fantasmas, creo. Tres de ellos vagaron por las calles del Centro, explorando otros registros del alma y de la voz... pero esas historias sonarán mejor entre estrellas de lumbre y tal vez con las imágenes del silencio. Todo ese ferviente caudal desembocó en un remanso menos agitado, pero no menos intenso, donde otra vez (qué dispersos) armamos nuestro circo de tres pistas. Entre el baile y la charla, con los cuerpos cansados y las palabras ávidas recibimos el domingo con un ferviente deseo de que el tiempo se detuviera para siempre en esa plenitud. A las 2:30 de la mañana bajamos la cortina (si, me acabo de dar cuenta de la coincidencia con la hora, pero juro que no hay ninguna pulsión estética).

Gracias, pues, a todos los que prepararon, fueron, mandaron, desearon y pensaron la fiesta del quince. Gracias a todos los que se entregaron a la parranda y compartieron baile y charla. Ojalá estén también compartiendo la alegría del recuerdo. Y la cruda.

lunes, septiembre 12

La penumbra, acentuada por el leve resplandor del domo en el techo, envolvía completamente la habitación. La sensación de una presencia arrancó a la mujer de su sueño. ¿Se habrían metido a robar? Se levantó a revisar la casa. Nadie.

Qué extraño, la sensación persistía. Se acostó. La certeza de un peligro enorme y cercano comenzó a helarle la sangre en las venas. Intentó inútilmente recordar los fantasmas infantiles ahuyentados en los brazos paternos y razonar la naturaleza racional del peligro. El temor crecía y se hacía cada vez más presente.

Despertó al hombre que dormía a su lado: “Tengo miedo” le dijo, “prende la luz”. El hombre abrió los ojos y la oscuridad lo llenó por dentro. Se incorporó, se sentó en la cama de espaldas a la mujer y ella vio claramente cómo su cabeza se hundía en las tinieblas. Los hombros del hombre sin cabeza se estremecieron mientras una voz sin labios preguntó por el interruptor.

El miedo era cada vez más cercano y la mujer no pudo ni siquiera gritar, su voz sonó apenas: “Ya prende la luz, por favor”. Cerró sus párpados instintivamente ante la claridad que debía borrar cualquier sensación espectral. Pero no fue así.

Algo se estaba fraguando muy cerca de ella; podía sentirlo. Sabía que algo escrutaba en el tiempo y el espacio buscando y esa noche había encontrado. Sentía sus fríos susurros recorriéndole la espalda y succionando cualquier resto de cordura. Aquello se preparaba para dar el golpe final ¿Cuál sería? ¿locura, suicidio...? ¿asesinato?

Podía sentir la palidez de su cara, los dedos helados y engarrotados. Buscó al hombre con los ojos y descubrió la oscuridad en su mirada. Lo vio huir despavorido de la casa. “¡Cobarde!” gritó mil veces el terror de la mujer y sus músculos llegaron a su máxima tensión.

Sintió la sonrisa del miedo en el oído y lo miró irse detrás del hombre. Segundos después, el prolongado rechinar de unas llantas le arrancó un grito ahogado o tal vez el golpe seco que sonó en la calle se hizo eco en su boca. Silencio.

Una repentina sensación de calma la inundó por completo. No había peligro. Ya no había peligro. ¿Qué habría pasado si él no huye? Un imperativo agotamiento abortó la posibilidad de cualquier respuesta en su cabeza. Agotada, durmió hasta muy entrada la tarde. Ni siquiera escuchó llegar la ambulancia.


De Innombrables

domingo, septiembre 4

Para mi hijo

“El universo de los niños es más grande que el de los adultos” me dijo un habitante del mediodía que hace no mucho tiempo comía hormigas.

Se levanta y desciende de la montaña. Es probable que en el valle lo esté acechando la fiera criatura que juró devorarlo, pero no le importa porque viste un manto que lo vuelve invisible. Nada entre sus amigos los cocodrilos hasta la cascada y de regreso. Ahora tiene hambre. Tal vez mamá haya preparado algo rico y no sea necesario salir a cazar. Después, quizá tome su patineta y desafíe a los cuates de la cuadra a bajar las gradas o le declare la guerra a un ejército hasta que se le acabe el crédito de la maquinita. Luego todo se vuelve confuso, el mundo es a veces tan pequeño, la gente tan lejana y la soledad vuela en círculos cada vez más bajos. A ratos una especie de locura lo arrastra a confines insospechados. Parecería que el mundo que conoce estuviera desapareciendo.

Pero si oye con atención, tal vez escuche la música del universo. Y entonces regresará a la montaña a contarle mentiras a la luna, niño-poeta.

Abril de 2002