domingo, agosto 31

No hay ciudades
y el mar mudó
después de cantar
siglos
el adiós a su cauce.

Corren las aguas
heridas aún en un costado;
se demoran apenas
memoriosas
en la luna de los peces amarillos,
bullen recordando el mar
en brazos del mar,
las múltiples mareas
luminosas
y la altura del acantilado.

No hay ciudades,
no hay muros que no quepan en una hoja;
un techo para los días de lluvia,
una hamaca de brazos
en el ayuno.
Nunca más puertas y cerraduras,
ni la gota aletargada
en la cabeza
de los días.

Suena el fragor de la ola
en el sótano
sin ventanas
de un baúl.

No,
no hay ciudades.
Tampoco queda mar.

lunes, agosto 25

Libromancia

Los placeres que reserva el uso del abrecartas son táctiles, auditivos, visuales y sobre todo mentales. El avance de la lectura precedido por un gesto que atraviesa la solidez material del libro para permitirte el acceso a la sustancia incorpórea. Penetrando desde abajo entre las páginas, la hoja sube con ímpetu abriendo el corte vertical con una fácil sucesión de tajos que tropiezan con las fibras una por una y las siegan –con una crepitación jovial y amistosa el buen papel acoge a ese primer visitante, que anuncia innumerables vueltas de páginas movidas por el viento o por la mirada-; mayor resistencia opone el pliegue horizontal, en especial si es doble, porque exige una nada ágil acción de revés –allí el sonido es el de un desgarramiento sofocado, con notas más sombrías-. El borde de las hojas se quiebra revelando su tejido filamentoso; una fina viruta –llamada “rizo”- se aparta de él, tan grata de ver como espuma de ola en la línea de la playa. El abrirte paso a filo de espada en la barrera de las hojas se asocia con el pensamiento de cuanto la palabra encierra y esconde: te adentras por la lectura como por un tupido bosque.

Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino

viernes, agosto 22

Hubiera querido tener un cortaplumas de hoja de plata y mango de perla con concha nacar. En lugar de eso, el cutter de plástico amarillo y lámina oxidada temblaba frente al papel de algodón. Mucho tiempo me debatí, fetichista, entre conservar ese libro así, intocado, o cortar los pliegos, incólumes después de encuadernados, allá a principios de un siglo anterior.

¿Cómo se hacía? ¿Se cortaban todas las hojas desde el principio, o se abrían mientras avanzaba la lectura? ¿Se sentía esta misma emoción, de ritual, de guiar el movimiento con un recuerdo heredado?

Hubiera querido tener un escritorio de madera, una pluma de ganso y un cortaplumas de plata, para hacerle honor, fetichista, a ese viejo libro viejo.

jueves, agosto 14

(No forzaré la coincidencia)

Juro que solamente lo pronuncié,
seria frente a mí misma,
después le sonreí al espejo.

(No forzaré la coincidencia)

Y luego la placidez de mi cintura en su brazo
y esta polilla
naftalina
que me bulle en las entrañas.

(No forzaré la coincidencia)

Que sean, pues,
dos cosas distintas.

(No forzaré la coincidencia)

martes, agosto 5

De tí hablo
que sabes que de tí hablo
cuando el amarillo y las nubes
cuando los peces
y los árboles
y cuando la vida me tiene de regreso
volteo y sonrío
y aún
todavía lloro.

De tí hablo un poco
cuando el luto y cuando los adioses
y si quiero enamorarme.

Hablo de tí.
Del destilado de vida
dos tragos a la semana
ocho meses
(gran calle de la ciudad a la izquierda
media cuadra
generalmente cuarto piso
sin vista a la plaza)
De tí hablo cuando las manos
pero no
cuando piernas y palabras
pero no.

De tí hablo
de tí
hablo
que ya no existes.