jueves, febrero 25

Es un templo de techos altos, blanquísimo. Franquea la entrada una sonrisa juvenil; su mirada brillante se posa en cada una de nosotras. Vestimos atavíos de guerra. Nos espera una sala desnuda; en su piso despositamos los grandes arcos, las cimitarras. El silencio vibra en una oración silenciosa. Descubro entre mis bártulos una funda de cuero. Desenfundo. Canta mi espada y su hoja negra tiene calada toda mi historia. Comprendo entonces la plegaria; me uno a ella: Nunca Más.

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