Miércoles, 8 de la mañana. Escucho a un gato maullar desesperadamente. Espero, con mucha fe, que no sea mi gato.
Miércoles, 8:20 de la mañana. Mi gato no aparece. Sospecho que es el que sigue maullando desesperadamente.
Miércoles, 8:21 de la mañana. Identifico que el maullido viene del cubo del edificio. La única ventana que da para ese lado es la del baño.
Miércoles, 8:23 de la mañana. Arrimo una silla a la ventana del baño, me asomo y no veo nada. El maullido, desesperado, sigue.
Miércoles, 8:24 de la mañana. Ensayo diversas hipótesis: a) el gato brincó a la zotehuela de la vecina y le meó la alfombra: ahora lo están torturando. b) una vecina entró sigilosamente por la noche a robárselo (está chulo, mi gato) c) el gato se salió y ahora pide regresar a su casa, desesperado. A la postre, de alguna manera, esta sería la hipótesis correcta.
Miércoles, 8:30 de la mañana. Bajo al estacionamiento del edificio (al que no había entrado en cuatro años) a buscar al fugitivo. Mi desoncierto crece al no encontrar ahí al gato y tampoco divisarlo en el cubo del edificio. El maullido sigue desesperado.
Miércoles, 8:40 de la mañana. Me decido a pasar por loca y desde la zotehuela, pegada a los barrotes que la "protegen" pero no me permiten asomarme, comienzo a llamar a mi gato.
Miércoles, 8:41 de la mañana. Una vecina de enfrente se asoma y me pregunta enojada: ¿Ya vio dónde está el gato? Yo, amoscada: No, no lo veo. Ella, muy seria: está ahí en el techo del boiler de su vecina de abajo. Yo, asombrada: ¿En serio? No alcanzo a verlo. Ella, más enojada: Pues ahí está ¿sabe usted de quién es? Yo, asustada: Sí. Es mío. Ella, incalificable: Ay, pues ya estábamos por llamar a los bomberos para que lo bajaran de ahí. Yo, en un susurro: Gracias. Ahora bajo a ver.
Miércoles, 8:44 de la mañana: Toco a la puerta de mi vecina de abajo, hasta cuatro veces. Repentinamente me abre, con el teléfono en la mano. Escucho: Sí, Carmelita, aquí está, acaba de tocar a mi puerta. Sí Carmelita, tiene razón. Sí. Ahora le llamo. Cuelga. Yo: Me dicen que mi gato está en el techo de... Ella: Sí, ya le llamamos a los bomberos, porque está muy alto y no alcanzo. Yo: A lo mejor si yo... Ella: No vas a alcanzar. Yo no alcanzo. Yo: Oye, qué pena, de verdad. ¿Podrías avisarme cuando lleguen los bomberos? Ella: Será notorio cuando lleguen. Yo: Ok. Gracias. El maullido sigue como música de fondo.
Miércoles, 9:45 de la mañana: Tocan a la puerta. Es la hija de mi vecina: Ya llegó el bombero. Qué bonito perro ¿no se pelea con tu gato? Yo: No. Se hacen compañía, juegan. A ver, vamos.
Miércoles, 9:55 de la mañana: El cuqísimo departamento de mi vecina está lleno de bomberos que huelen a... bomberos. No alcanzan al gato, que se calla un segundo, para luego seguir maullando desesperadamente. Me miran como si fuera yo la dueña del gato, cosa que les confirmo también desesperadamente.
Miércoles, 10:00 de la mañana. Ahora es mi departamento el invadido. Evalúan la situación y piensan que tal vez necesiten descolgarse desde el techo. Lo hacen mientras me miran como si fuera yo la que maulla desesperadamente.
Miércoles, 10:10 de la mañana. Deciden intentar por entre los barrotes de PVC que "protegen" mi zotehuela. Logran desprender uno por donde cabe, entero, un bombero. Se dobla sobre el muro, cada vez más afuera, mientras su compañero lo agarra de una pierna. El maullido desesperado crece.
Miércoles, 10:15 de la mañana. Por sobre el balcón aparece un bombero agarrando un gato. Ambos tienen cara de susto. El bombero, además, está lleno de pelos. Del gato, se entiende.
Miércoles, 10:16 de la mañana. Sigo al gato hasta el estudio, lo cargo y camino con él a la zotehuela, donde siguen los bomberos colocando en su lugar el barrote que removieron. El gato los mira y huye despavorido.
Miércoles, 10:22 de la mañana. Ya se fueron los bomberos. Tocan a mi puerta. Es la hija de mi vecina: Quiero ver al gato. Yo: Aquí está, pero todavía está asustado. Ella: ¿Era él el que maullaba? (no, no dijo desesperadamente) Yo: Sí. Vamos con tu mamá que quiero darle las gracias.
Miércoles, 10:23 de la mañana. En el departamento de mi vecina, yo: Oye, muchas gracias, y mil disculpas. Ella: Yo creo que tu gato se te escapó a la zotehuela. Yo: de hecho le dejo la puerta abierta, ahí está su arenero. Ella: pues yo creo que ya no le gusta, deberías taparle o algo. Yo: Pues... gracias, otra vez.
El rescate
El pinche gato
jueves, julio 29
domingo, julio 25
Araceli Herrera
La conocí hace un montón de tiempo, no recuerdo si en el Café del Patio de Sor Juana o en la casa de Raquel. Recuerdo su sonrisa apacible y generosa, su presencia serena; nos acompañó en la aventura de la construcción de Salvajes, locos, niños y poetas, colectivo de artistas. Sus fotos fueron con nosotros a varias exposiciones. Nos dejamos de ver muchos años y luego la vida nos volvió a juntar. Entonces llegaron sus fotos, otra vez, a poblar con su mirada curiosa y precisa mi hacer cotidiano. Compartimos un mezcalito en la Escuela de Culturas Populares allá en la Obrera y nos dejamos de ver otra vez. Hoy me entero que esa fue la última, que Araceli Herrera se nos fue. Tómale, amiga, muchas fotos al infinito; ya las veremos juntas.
viernes, julio 16
Alguna vez retozó aquí el mar
ese delicadísimo encaje castaño es su despedida al litoral
y ahí donde ahora crece alto el trébol nadaban los peces amarillos
Hubo una vez una isla
en que sueños y secretos deambulaban libremente;
ese tronco se llamó alguna vez liquidámbar
y en sus ramas los pájaros trinaban adivinanzas
No me creas:
cierra los ojos, imagínalo todo
ahí estás
ese delicadísimo encaje castaño es su despedida al litoral
y ahí donde ahora crece alto el trébol nadaban los peces amarillos
Hubo una vez una isla
en que sueños y secretos deambulaban libremente;
ese tronco se llamó alguna vez liquidámbar
y en sus ramas los pájaros trinaban adivinanzas
No me creas:
cierra los ojos, imagínalo todo
ahí estás
jueves, julio 1
Civilización y barbarie
(...) en su propia relación con los bárbaros toda civilización lleva inscrita la idea que tiene de sí misma. Y que cuando lucha con los bárbaros, toda civilizción acaba eligiendo no la mejor estrategia para vencer, sino la más apropiada para confirmarse en su propia identidad. Porque la pesadilla de la civilización no es ser conquistada por los bárbaros, sino ser contagiada por ellos: no es capaz de pensar que pueda perder contra esos andrajosos, pero tiene miedo de que luchando pueda salir modificada, corrompida. Tiene miedo a tocarlos. Así a que tarde o temprano a alguien se le ocurre la idea: lo ideal sería poner una buena muralla entre nosotros y ellos.
(...) Así que esto es lo único que estamos autorizados a pensar sobre la Gran Muralla: no se trataba tanto de un movimiento militar como mental. Parece la fortificación de una frontera, pero en realidad es la invención de una frontera. Es una abstracción conceptual fijada con tal fimeza e irrevocabilidad que llega a convertirse en un monumento físico e inmenso.
Es una idea escrita con piedra.
La idea era que el imperio era la civilización, y todo lo demás, barbarie, y por tanto no-existencia; la idea de que no existían seres humanos, sino chinos de un lado y bárbaros del otro; la idea de que ahí en medio había un confín: y si el bárbaro, que era nómada, no lo veía, ahora iba a verlo: y si el chino, que estaba atemorizado, se olvidaba del mismo, ahora se acordaría de él. La Gran Muralla no defendía de los bárbaros: los inventaba. No protegía la civilización: la definía.
Alessandro Baricco, "La Gran Muralla", en Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 205-206.
(...) Así que esto es lo único que estamos autorizados a pensar sobre la Gran Muralla: no se trataba tanto de un movimiento militar como mental. Parece la fortificación de una frontera, pero en realidad es la invención de una frontera. Es una abstracción conceptual fijada con tal fimeza e irrevocabilidad que llega a convertirse en un monumento físico e inmenso.
Es una idea escrita con piedra.
La idea era que el imperio era la civilización, y todo lo demás, barbarie, y por tanto no-existencia; la idea de que no existían seres humanos, sino chinos de un lado y bárbaros del otro; la idea de que ahí en medio había un confín: y si el bárbaro, que era nómada, no lo veía, ahora iba a verlo: y si el chino, que estaba atemorizado, se olvidaba del mismo, ahora se acordaría de él. La Gran Muralla no defendía de los bárbaros: los inventaba. No protegía la civilización: la definía.
Alessandro Baricco, "La Gran Muralla", en Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, Anagrama, Barcelona, 2008, pp. 205-206.
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