miércoles, enero 10

Conque al fin y al cabo, por más vueltas que le demos, todo es soledad. Y dejar constancia de ello, quebrar las barreras que me impedían decirlo abiertamente, me permite avanzar con más holgura por un territorio que defino al elegirlo, a medida que lo palpo y lo exploro, lo cual supone explorarme a mí misma, que buena falta me hace. Porque ese territorio se revela y toma cuerpo en la escritura. Mejor dicho, es la escritura misma tal como va segregándose y echando corteza, plasmándose en los perfiles que la mirada descubre y trasiega en palabra; con ella engendro mi patria indiscutible, aunque sujeta a mudanza. Mi patria escabrosa y recóndita, siempre esperando por mí. Riachuelos por cuya corriente huyen los peces rojos del pretérito imperfecto, montañitas dentadas de gerundios, cuestas arriba flanqueadas por signos de admiración y puntos suspensivos, angostos desfiladeros donde se hila la oración compuesta, árboles frondosos de adjetivos o desnudos de ellos, praderas atisbadas en sueños y a las que sólo se llega por el puente inestable del condicional.

Nubosidad variable. Carmen Martín Gaite.

3 comentarios:

Silencio dijo...

Nel no hay que dar vueltas, no exista la soledad, se está solo que es distinto para mí.

fgiucich dijo...

Aquel que entienda y conviva con la soledad tiene la mitad de la lucha ganada. Abrazos.

Lo-que-serA dijo...

Creo que asumir la soledad, señor, esto es mirarla a los ojos y abrazarnos con ella que es abrazarnos a nosotros, tendría que ser el punto de partida de todo. Pero solo lo creo porque últimamente no entiendo mucho. Abrazos.

Usted lo dijo, Fgiucich. Abrazo.