Siempre quise una casa con jardín, aunque debí conformarme con un departamento que se va llenando de macetas. Sobreviven las plantas más resistentes, pues varias han sucumbido a mis repentinos abandonos. En esos días, mis mascotas toman para sí la casa entera y, a mi vuelta, sentarse en los sillones significa una labor previa de retiro de pelambre felina y perruna, sin hablar de las respectivas cagarrutas. En esos días realmente extraño una casa con jardín, donde plantas y mascotas crezcan al amparo de los elementos y no al de mis continuos abandonos.
Lo terrible es cuando mi vuelta significa un completo abandono del afuera. No contesto el teléfono, no respondo si tocan a la puerta, evito cruzar palabra como no sea conmigo misma. Los días más graves me atrinchero tercamente en mi cama y entonces al abandono del afuera se junta el abandono del adentro. En esos días extraño más una casa con jardín donde poder abandonar, al amparo de los elementos, tanto abandono.