lunes, noviembre 16

Siempre quise una casa con jardín, aunque debí conformarme con un departamento que se va llenando de macetas. Sobreviven las plantas más resistentes, pues varias han sucumbido a mis repentinos abandonos. En esos días, mis mascotas toman para sí la casa entera y, a mi vuelta, sentarse en los sillones significa una labor previa de retiro de pelambre felina y perruna, sin hablar de las respectivas cagarrutas. En esos días realmente extraño una casa con jardín, donde plantas y mascotas crezcan al amparo de los elementos y no al de mis continuos abandonos.

Lo terrible es cuando mi vuelta significa un completo abandono del afuera. No contesto el teléfono, no respondo si tocan a la puerta, evito cruzar palabra como no sea conmigo misma. Los días más graves me atrinchero tercamente en mi cama y entonces al abandono del afuera se junta el abandono del adentro. En esos días extraño más una casa con jardín donde poder abandonar, al amparo de los elementos, tanto abandono.

4 comentarios:

fgiucich dijo...

El camino de la soledad está, siempre, sembrada por el abandono. Abrazos.

Silencio dijo...

Aunque tal vez en un casa con jardín nunca tendrías la oportunidad de salir tanto tiempo

La nada sana dijo...

Elegir vivir, deseo cumplir
cultivar la vida que es mi jardín.

Lo-que-serA dijo...

Y a veces se ve la luz al final, Fgiucich, pero a veces el abandono es menos festivo. Un abrazo.

¡Pero imagínese los almuerzos que podríamos organizar entre tanta verdura, señor! Te extraño. Beso.

Ese jardín también es bello, La nada..., pero a veces se me antoja algo más terrenal. Te amo.