domingo, enero 10




Voy a hacer una niñería, le dije, usted sabrá disculpar. Solté bolsa, guaraches, gorra, lentes... Descalza, corrí con gran deleite sobre la amplisima pradera, sobre el pasto húmedo y, para gran sorpresa de mi ya no joven humanidad, hice dos vueltas de carro. Un poquito avergonzada de mi misma, pero también jubilosa, volví a recoger mis cosas. Varios pasos después me di cuenta de que no traía mis lentes puestos. Agarré la bolsa, guaraches, gorra... y no supe dónde dejé los lentes. Al final aparecieron, gracias al ojo avisor de Fernando (yo, además de miope, estaba a punto de las lágrimas); pero esto viene a confirmar mi afirmación recurrente: el destino me toma demasiado literalmente, y tiene un sentido del humor más bien retorcido.

1 comentario:

fgiucich dijo...

Qué bien hace al alma ese tipo de niñerías. Abrazos.