sábado, julio 16

El otro centro histórico. Preludio II

Te he dicho Mar, que detrás de cada piedra la humedad forma fantasmas que persiguen los flashes de las fotografías que despiertan a los santos presos en los altares. Porque todo parece de piedra, hasta la madera olorosa que con el tiempo se transformó en confesionario o en cruz o en puerta labrada. Será que a los ángeles les gusta el olor de cedro y las escaleras retorcidas y subir como nosotros a escuchar de cerca las campanas, su voz mineral, oxidada, bélica. ¿Escuchaste Mar? Se escuchan los ruidos de los pasitos de los pies de oro que las mujeres de cera colgaron a los pies del santísimo. O el sonido de los corazones milagrosos que laten (pum pum) en los miles de pechos de San judas. El diablo –decía mi padre- vivía en las criptas de la catedral, encadenado ¿será que el frío que se siente es para provocarle al diablo un resfriado? Subamos más, hacia los techos de las palomas y las torres de marfil y de cantera, donde la campana condenada al silencio nos puede contar en voz baja y al oído su triste historia de asesina imprudencial.

Desde aquí podemos ver ese enjambre de gente que parece caminar en círculos, esa multitud de cargadores que arrastran sus feroces diablos dejando brechas de vacío que se vuelven a llenar inmediatamente. Y las cúpulas, Mar, las cúpulas que parecen chipotes de esta ciudad que se mueve siempre, que se despierta tarde como un pueblo, con un bostezo estrepitoso de patas de pollo, de tortas de tamal y de ropa usada y películas pornográficas. Desde aquí vemos toda la falta que hace el cielo, los nervios agitados, los golpes en las espinillas en cada puesto ambulante, vemos también los armatostes metálicos plagados de bisutería, de flores falsas, de calcetines, de tallas y colores. Poco gris, casi nada, las lonas son las nuevas calles rojas, azules y verdes. Poco gris, Mar y para el color es espléndido. Bajemos pues por esas escaleras intestinadas y por los mapas de mugre de las paredes internas de la catedral. Dejémosle un candado al Santísimo para que calle a los grillos, a las sirenas y a las bocinas necias que suenan asmáticas en las calles. Y de paso, si el tiempo lo permite, colguemos Mar, un listón anaranjado a los pies de San Charbel para que las campanas no sufran de ronquera y sigan, como hace quinientos años, gritando eufóricas, el Ángelus que hace que la gente cambie los “Buenos días” por las “Buenas tardes”.


AA

3 comentarios:

Dra. Kleine dijo...

Y seguimos en el paseíllo. Donde me vuelva la mente de pensar lo que ha sido y lo que fué...
Bien!

Unknown dijo...

Qué bien te hace el mar, loqueserá; qué bien te hace.

Lo-que-serA dijo...

:)
(Ese que habla no soy yo, pero no quiere que sepan que es él)
:X