martes, noviembre 15

El resto del viaje

se revuelve en los dos días siguientes. De pronto, ya de regreso en esta urbe queridísima es como si Oaxaca existiera en otro tiempo.
Don Agustín siguió preparando platillos de agasajo los días siguientes: Amarillito, enmoladas, huevos a la mexicana en salsa de yerba santa, quesadillas de asiento... Los tres que habían llegado primero partieron primero; las Gracias se quedaron a seguir disfrutando de Lety y de la Ciudad.
Hay que obligarse a salir de Casa Cid de León. Obligarse porque hay una ciudad allá afuera que nos seduce con sus cúpulas de mosaico dominó o multicolor. Tanta cantera y hierro forjado clásico, neoclásico, barroco, gótico, art-decó. El Templo de San Agustín, con verde melena como la Santísima, mudo; la Catedral, con sus dos hileras de vitrales y sus candeleros medio góticos; el Templo de Santo Domingo de Guzmán, barroco hasta el imposible con su fondo blanco que lava tanto garigol dorado alrededor de cuadros, ojivas, a lo largo de trabes y columnas, arriba del coro en collar de gemas gigantescas y debajo en árbol de la vida sacro-militar; el Templo del Carmen de Abajo, el de la Soledad, el de la Compañía.
El martes por la noche, plática sobre las formas de percibir el cuerpo en tres poetas mexicanos: Sor Juana, Xavier Villaurrutia y Coral Bracho en "El Llano", sede de la Feria del Libro. No solo el tema fue interesante, sino que toda la conferencia fue un curso de manejo de la voz, de limpieza en la lectura, de hipnosis del público. Raquel lo dijo: los libros de Jorge ahora tienen voz.
La tarde previa a la partida fue triste, no obstante la fugaz compañía de un cometa pelirojo y las carreras por desfacer una confusión con los boletos del carruaje. Las cinco de la tarde dieron sobre cuatro mujeres amueganadas en el tomasol, como tatuando en su piel el calor de las otras tres en esa terraza selvática y poética. El regreso fue más callado que la ida.
Se quedan muchas cosas sin contar: la dulzura en la mirada de Lety, la suavidad de las sábanas, la verdadera identidad de Prema y Amaradás, el ofrecimiento de Juan Pablo Vasconcelos, los ojos ciegos afuera del Templo de la Compañía, el arcoiris que se dibujó por la tarde sobre el campanario de la Catedral, el poema que Paty Farfán le regaló a Oaxaca y a los Cid de León Ricardez...
Seguramente se contarán. Transfiguradas, pero se contarán.

4 comentarios:

Silencio dijo...

Pues todo sale poco a poco, Lety cuenta, nos has descrito algo muy buneo, además por las tardes de otoño en ese balcón uno puede morir. Pues me tengo que apuntar a ver si en dic, me doy una vuelta.

Salud...

No hagas caso al Eduardo, esta loco

Lety Ricardez dijo...

Cómo ves que me voy aquerenciando con Eduardo el Terrible. Vengan los dos, y si algo habría que contar, pero después de la dulzura de nuestra Maria Luisa, poco podría decir. Eso si puedo enviarle muchisísimos besos y rogarle que se repita.

Lo-que-serA dijo...

En ese balcón, Silencio, todo parece posible. Inclusive que Eduardo, Guillermo y el abuelo se tiendan juntos a tomar el sol y a morir si les da su real gana. Pero de lo que menos te dan ganas ahí es de morir. Garantizado.

¡Que se repita, mi Lety! Ya me dijeron que si le llevo su listón a San Charbel, me repite el milagro. Voy a llevar tantos listones celestes...

Lo-que-serA dijo...

Andreas: El santo oaxaquero es San Charbel, comprobadísimo. Y sí, vale la pena ir a babear no sólo las sábanas sino la escalera de caracol y la mesa de las tortugas y el cuadro del arlequín en esa casa de ensueño. Si. Es un lugar que se antoja para coincidir en el recuerdo.
Gracias por su visita. Saludos.