Hay que destruir los acueductos
las escuelas
Hay que borrar las huellas
de los errores
de las mentiras
Secar las lágrimas
incinerar los cementerios.
Dejar que lo construyan todo.
Que aprendan.
miércoles, noviembre 29
lunes, noviembre 27
miércoles, noviembre 22
Presentación del Calendario del Cardo Fahion Weekend
Esta es una invitación especial.
No es que el evento de mañana sea más importante que los otros, pero es sin duda un evento especial. Mañana se presenta en el Centro Cultural España el Calendario del Cardo Fashion Weekend, que es un proyecto artístico lidereado por Iván Buenader, con la participación del Colectivo Poético Cardo. El pretexto fue un fin de semana en Acapulco y a partir de ahí Iván ha convocado a una gran cantidad de artistas alrededor de este proyecto que es el Calendario: fotógrafos, videoastas, músicos, escritores, teatreros, diseñadores y un etcétera interesante. La cita es a las 7 en punto, con puntualidad europea. Va a estar, sobre todo, divertido.
El Centro Cultural España está a espaldas de la Catedral Metropolitana en el Centro. Me va a dar gusto saludarlos allá. Por favor, por favor, hagan el esfuerzo por ir.
Un abrazo.
martes, noviembre 21
La Regenta
"Así son las perspectivas de la esperanza, pensaba el Magistral; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición, más distante parece el objeto deseado, porque no está en lo porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que se queda atrás, en el lejano día del sueño..." No renunciaba a subir, a llegar cuanto más arriba pudiese, pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo, propias de la juventad. Había llegado a los treinta y cinco años y la codicia del poder era más fuerte y menos idealista; se contentaba con menos pero lo quería con más fuerza, lo necesitaba más cerca; era el hambre que no espera, la sed en el desierto que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que está lejos en lugar desconocido.
Leopoldo Alas "Clarín"
Leopoldo Alas "Clarín"
martes, noviembre 14
El idilio salvaje (fragmento)
II
Mira el paisaje: inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba;
en el hondo perfil, la sierra altiva
al pie minada por horrendo tajo.
Bloques gigantes que arrancó de cuajo
el terremoto, de la roca viva;
y en aquella sabana pensativa
y adusta, ni una senda ni un atajo.
Asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas
como clavos que se hunden lentamente.
Silencio, lobreguez pavor tremendos
que viene sólo a interrumpir apenas
el galope triunfal de los berrendos.
III
En la estepa maldita, bajo el peso
de sibilante brisa que asesina,
irgues tu talla escultural y fina
como un relieve en el confín impreso.
El viento, entre los médanos opreso,
canta como una música divina,
y finge bajo la húmeda neblina,
un infinito y solitario beso.
Vibran en el crepúsculo tus ojos,
un dardo negro de pasión y enojos
que en mi carne y mi espíritu se clava;
y destacada contra el sol muriente,
como un airón, flotando inmensamente,
tu bruna cabellera de india brava.
IV
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura
como si fuera un campo de matanza.
Y la sombra que avanza, avanza, avanza,
parece, con su trágica envoltura,
el alma ingente, plena de amargura,
de los que han de morir sin esperanza.
Y allí estamos nosotros, oprimidos
por la angustia de todas las pasiones,
bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto,
y en nuestros desgarrados corazones
¡El desierto, el desierto... y el desierto!
Manuel José Othón
1905
Mira el paisaje: inmensidad abajo,
inmensidad, inmensidad arriba;
en el hondo perfil, la sierra altiva
al pie minada por horrendo tajo.
Bloques gigantes que arrancó de cuajo
el terremoto, de la roca viva;
y en aquella sabana pensativa
y adusta, ni una senda ni un atajo.
Asoladora atmósfera candente
do se incrustan las águilas serenas
como clavos que se hunden lentamente.
Silencio, lobreguez pavor tremendos
que viene sólo a interrumpir apenas
el galope triunfal de los berrendos.
III
En la estepa maldita, bajo el peso
de sibilante brisa que asesina,
irgues tu talla escultural y fina
como un relieve en el confín impreso.
El viento, entre los médanos opreso,
canta como una música divina,
y finge bajo la húmeda neblina,
un infinito y solitario beso.
Vibran en el crepúsculo tus ojos,
un dardo negro de pasión y enojos
que en mi carne y mi espíritu se clava;
y destacada contra el sol muriente,
como un airón, flotando inmensamente,
tu bruna cabellera de india brava.
IV
¡Qué enferma y dolorida lontananza!
¡Qué inexorable y hosca la llanura!
Flota en todo el paisaje tal pavura
como si fuera un campo de matanza.
Y la sombra que avanza, avanza, avanza,
parece, con su trágica envoltura,
el alma ingente, plena de amargura,
de los que han de morir sin esperanza.
Y allí estamos nosotros, oprimidos
por la angustia de todas las pasiones,
bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto,
y en nuestros desgarrados corazones
¡El desierto, el desierto... y el desierto!
Manuel José Othón
1905
lunes, noviembre 6
miércoles, noviembre 1
Vacío. Un cuarto obscuro y una ventana que intenta iluminarlo.
Un hombre mayor, sentado sobre una silla de madera, frente a una mesa que hace juego con la silla. Encima un cenicero y un cigarro consumido desde la mitad. Una silla vacía del otro lado de la mesa, que el hombre observa, sin verla. Lo que observa es el paso del tiempo, el porvenir y lo sucedido. Observa a ella, a ellos, a aquellos, todos sentados en esa misma silla sin estarlo en ese momento, pero el hombre los ve a todos.
Un cigarro sucede a otro sin alterar más que al cenicero. Cada cigarro una vida, cada cigarro una muerte, un principio o un fin.
Tose, recuerda, parpadea, recuerda, aspira, invoca, respira, evoca.
Se acaban los cigarros, observa el cenicero, viente, treinta, cuarenta, todos ellos, todas ellas, cierra los ojos y una lágrima lo recorre por dentro. Baja la cabeza y todo se detiene.
Una puerta que se abre, una voz, una mano que se posa en su hombro y el hombre se desmorona como ceniza.
Oleg
Un hombre mayor, sentado sobre una silla de madera, frente a una mesa que hace juego con la silla. Encima un cenicero y un cigarro consumido desde la mitad. Una silla vacía del otro lado de la mesa, que el hombre observa, sin verla. Lo que observa es el paso del tiempo, el porvenir y lo sucedido. Observa a ella, a ellos, a aquellos, todos sentados en esa misma silla sin estarlo en ese momento, pero el hombre los ve a todos.
Un cigarro sucede a otro sin alterar más que al cenicero. Cada cigarro una vida, cada cigarro una muerte, un principio o un fin.
Tose, recuerda, parpadea, recuerda, aspira, invoca, respira, evoca.
Se acaban los cigarros, observa el cenicero, viente, treinta, cuarenta, todos ellos, todas ellas, cierra los ojos y una lágrima lo recorre por dentro. Baja la cabeza y todo se detiene.
Una puerta que se abre, una voz, una mano que se posa en su hombro y el hombre se desmorona como ceniza.
Oleg
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