martes, julio 19

El otro centro histórico. Andante e non tropo.

Sobre Moneda rumbo a la Merced, pasando por Santa Inés, el palacio del Arzobispado (donde el mito guadalupano se institucionalizó), la casa de la primera imprenta, la calle de Correo Mayor, la Academia de San Carlos (ese recorrido de Posada, Orozco, Rivera, Frida) se distingue a lo lejos en la bocacalle el típico manto de los altares guadalupanos. Ya más cerca se nota que la tela no es verde con dorado, sino negra; un tul negro tachonado con flores plateadas y negras. ¡La Santa Muerte! Una ofrenda casi vudú se extiende a los pies de una enorme efigie de la descarnada en cuyas muñecas porta listones de color (igualitos a los de San Charbel) y pulseras Livestrong; estatuillas de diversos tamaños flanquean la ofrenda, presidida por lustrosas manzanas. De espaldas al zócalo, sus cuencas vacías tranzan nuestro rumbo.

Los ambulantes en la banqueta ofrecen los productos más modernos; sin embargo, su entorno los colorea de sepia. Ya la esquina de Moneda y Santísima pertenece a otro tiempo. Una iglesia la domina con su fachada churrigueresca; el boato del frente lo desmiente su saqueado interior: unos candeleros góticos, las descoloridas cúpulas y una grieta en lo alto, de cabecera a frontispicio. En la columna izquierda del altar, la inscripción grabada en la piedra: Sigue. La fábrica de iglesias del año 17** (los asteriscos son de mi mala memoria). La salida del costado nos descubre un graffiti plúmbago y matorrales pastando en las añosas caderas de la Iglesia de la Santísima.

Confesada mi hambre cuadras antes, vamos a comer unos deliciosos tlacoyos con queso y chile guajillo. La nuevura del local recién remodelado contrasta con las construcciones aledañas, eminentemente coloniales. Reemprendemos la marcha saboreando un agua de chilacayote, cuyo sabor creí sepultado para siempre en los recuerdos de infancia. Ya no sé el nombre de las calles; esas son preocupaciones de una época que quedó manzanas atrás. Las calles son cada vez más estrechas, hasta convertirse en callejones de milagro. Tras las puertas abiertas cantinas setentonas, vecindades de patios soleados y escaleras de piedra; al fondo, la torre de San Pablo. Pasando el callejón no hay ambulantaje, la gente compra los víveres del día en la tienda de la esquina, frutas y verduras exhibidas ordenadamente al pie de unas estrechísimas entradas.

Tampoco recuerdo si el casco de una hacienda del siglo XVII con escudo de armas y puente frontal y el antiguo acueducto están antes o después, pero sí recuerdo claramente la sorpresa que guardaba la Casa de la Talavera que fue casa del marqués de Aguayo, fábrica de textiles, curtiduría de piel, fábrica de loza de talavera, casa de recogimiento de mujeres casadas, escuela Gabino Barreda y bodega de La Merced, como informa de corridito el encargado de este Museo de Sitio, en su basamento conviven dos periodos aztecas y uno colonial. Las paredes guardan el recuerdo del decorado de lo que fue un tapanco. Obcecados en mirar el resto, trasponemos la reja de la esquina a la izquierda: un golpe de luz bermellón sobre el patio interior empedrado y lleno de plantas, dos niños jugando y un pozo, seco. En lo alto de una puerta vidriera leemos: “Ave María Purísima”.

A dos cuadras de ahí, el Ex-Convento de la Merced, cerrado, ocultas tras enormes biombos las columnas talladas de su patio central. Por la calle de los niños Dios, volvemos sobre nuestros pasos hasta el antiquísimo barrio de Mixcalco, donde en un tiempo hubo baños sauna que frecuentaban luchadores y boxeadores de los barrios aledaños; ahí, en un local que habría pasado desapercibido para cualquiera menos para el conocedor ojo de mi guía, compramos un delicioso pan de la Huasteca: carteras de queso, pan de piloncillo. Rico, de verdad. Ya con nuestro lembas en la faltriquera, pasando por la escuela de ciegos, llegamos a la plaza de Loreto, delimitada por la iglesia de la Salud, unos viejísimos portales y el Templo de Loreto.

En el centro de la plaza hubo alguna vez una fuente de cuatro surtidores, donde los habitantes del barrio se abastecían de agua. La sustituye otra que, no obstante ser obra del arquitecto Manuel Tolsá (según la página electrónica de la Delegación Cuauhtémoc), aunque bella, luce seca y descuidada; alrededor, los sillares de piedra son un cuadro costumbrista: en un extremo un grupo de prostitutas cotorrea; frente a ellas una familia descansa de la compra sabatina, hombres leyendo el periódico al lado de una mujer vestida pulcramente de café, que muy seria sostiene su bolsa sobre su regazo pudoroso, prostituta también. Los diableros transforman su vehículo en cama temporal sobre el pasillo que nos lleva al frente del Templo que está inclinado hacia su costado derecho. Los vitrales del crucero, en la base de la altísima cúpula, son de una belleza gótica; frente a nosotros, cubierto, el espejo que debía exhibir las llagas de un Cristo casi desvanecido en su silla.

Siguiendo por San Ildefonso, la Universidad Obrera en cuyo patio interno la efigie de Lombardo Toledano me contempla desde mi pasado; al lado, el antiguo colegio de San Pedro y San Pablo que solamente se puede ver desde afuera porque “no es museo”, con su piedra labrada. ¡Cómo hay imágenes talladas en los edificios del centro! Nichos en las esquinas, medallones en las fachadas, testimonios que contemplamos sordos de no entender. Si los recuerdos que habitan aquí fueran míos, habría niños jugando futbol y tal vez... pero no, no me pertenecen.

De ahí al barrio de los Estudiantes hay un paso. Donde hubo alguna vez casas de huéspedes para estudiantes, nombres como José Martí, Juan de Dios Peza, Manuel Acuña, Gutiérrez Nájera, Servando Teresa de Mier son exiguamente recordados en inscripciones patrocinadas por El Buen Tono, S.A. Aquí vivió, aquí murió, aquí está enterrado. Sorprende no encontrar más nada en la esquina donde murió de amor Manuel Acuña, donde vivió su época más feliz José Martí (Vitier y Ayala dixit), donde se reunía con Gutiérrez Nájera, donde Juan de Dios Peza escribió su “La vida pasa y el mundo rueda, / y siempre hay algo que se nos queda / de tanto y tanto que se nos va”, donde reposa al lado de la Inquisición el que pasó su vida escapando de ella.

Aunque la caminata no fue larga estoy agotada emocionalmente. Cada esquina, cada plaza, cada edificio albergan tal historia y tal concentración estética que todavía no logro asimilar. Escribiendo esto me queda claro que tengo que volver, debo buscar el eco de mi voz en esas calles.

* * *

Ya de regreso en el siglo, nos sentamos a conversar en una terraza a espaldas de Catedral. Las nubes que nos seguían los pasos ya cubren con su dosel de pizarra el horizonte. De pronto, tímido, aparece un arcoiris con un pie en el campanario y otro en el rumbo de Loreto: parece un agradecimiento o tal vez una invitación. El Tigre Famélico habría dicho que era nuestra conversación proyectada en el cielo.

10 comentarios:

Silencio dijo...

Wow, yo solo haría el recorrido en la madrugada, cuando no hay nadie. Pero sigue aterrandome saber que en algún momento se llenará de gente. No puedo, me niego, mi abuelo se la pasaba en el centro y siempre que puede nos trae algo de la Pastelería Madrid, Eduardo va, cuando anda jugando al fotografo, pero yo ya casi no, mi terror a las cantidades enormes de gente y la pena por saber que todo eso se esta yendo al diablo, me pone mal. Aunque tal vez , me vaya a documentar eso, un domingo en la madrugada...

Lo-que-serA dijo...

Y tomar muchas fotos para ilustrar el post. Me encanta la posibilidad.
Gracias, silencio.

Dra. Kleine dijo...

Y he estado ahi y jamás me he aburrido en caminar y mirar todo aunque con cierta precaución.
Interesante!

Lety Ricardez dijo...

Yo estoy segura de que es cierto lo que el Tigre diría. Esa conversación debe haberse proyectado en el cielo, porque eres tú quien le pone alma a las casas y a las calles. Por favor sigue yendo al centro histórico, pero dame probaditas, hoy me has dado un atracón y la memoria me será infiel, aunque voy a imprimirte y releerte cuanto pueda.

Tristán dijo...

O me prestas tus ojos o me invitas a dar un paseo.

Yo también quiero un arcoiris con mi nombre, nuestros nombres, en el cielo.

Lo-que-serA dijo...

Lety querida: Prometo seguir yendo y complementar las palabras con las fotos del silencio. :)
Además, Tristán ya rugió. Ponle fecha puesn!

Tristán dijo...

Va que va. Principitos de agosto, no? Por ya tengo un pie en Oaxa, y no quiero ir a medias. :D

Anónimo dijo...

Yo me anoto si es que me quieren llevar... je je

Anónimo dijo...

¡Felicidades LO QUE SERA es delicioso este recorrido! dan ganas de caminar sobre tus pasos...



Ennovy

Lo-que-serA dijo...

Hecho: Cuando regrese Tristán de Oaxa publicaremos aquí fecha y hora del paseo por el centro. A ver si mi guía se anima a acompañarnos y el primer anonymous (¿quién eres?) también.
¡Qué alegría!